Comentario
De las primeras instituciones se sabe con seguridad muy poco. Antes de la reforma de Servio Tulio, Roma estaba dividida en tres tribus: Ramnes, Tities y Luceres. El contenido y las funciones de estas tribus son muy oscuros, comenzando por los nombres, que nos han llegado través de una transcripción etrusca. Podían haberse establecido tanto basándose en una división étnica como tener un sentido territorial. Lo que sí sabemos es que éstas constituyeron la base del reclutamiento en esta época. Cada tribu aportaba diez curias, esto es, treinta curias en total de cien hombres cada una, lo que suponía un total de tres mil infantes, además de 300 caballeros en tres centurias. Al frente de la infantería había tres tribuni militum y al frente de la caballería tres tribuni celerum. Estas curias constituían los Comicios Curiados, que eran la asamblea constituida por las treinta curias reunidas. La función más importante de las Curias (cuyo nombre deriva de co viria, es decir, reunión de hombres) era la de ratificar la designación de un nuevo rey, pero no la elección del mismo, función ésta que correspondía al interrex (senador que hacía las funciones de rey hasta el momento de la elección del nuevo rey) y al Senado.
El Senado o consejo de ancianos -sin duda creado bajo la influencia griega- era el órgano consultivo del rey, integrado por los patres o jefes de las gentes, cuyos descendientes fueron designados patricios. El poder del Senado radicaba fundamentalmente en la importancia personal de sus miembros como jefes de gentes poderosas. Entre ellos se elegir al interrex y también el sacerdocio más importante, el de los flamines, monopolio de los patres. Es probable que el número inicial de senadores fuera de cien. Hacia el final de la monarquía el número de senadores había alcanzado, según la tradición, los trescientos.
Respecto a la composición social podemos constatar que, desde el siglo VIII a.C., había ya en la primitiva Roma una diferenciación social -como se desprende de la propia existencia de un Senado de patres- y económica. La Roma de esta época era una concentración de gentes. Estas gentes estaban constituidas por individuos que formaban un grupo familiar extenso y cuyos miembros descendían -o pretendían descender- de un antepasado común, fundador de la gens y generalmente epónimo, ya que habían heredado su nombre, el nomen gentilicum, que era común a todos los miembros de la gens.
La ampliación del territorio de la ciudad, conseguida como consecuencia de las obras de desecación de las zonas pantanosas o bien por la toma de territorio de otras comunidades, ofreció la posibilidad de que algunas gentes ampliaran sus dominios inmuebles. A su vez, algunas de las primitivas gentes se habían ido desintegrando en beneficio de otras más poderosas. La mortalidad por epidemias, guerras... había ido debilitando o diezmando a algunas gentes cuyos individuos pasaron a la protección de otras gentes más poderosas. Dicho de otro modo, pasaron a ser sus clientes. Estos clientes estaban también integrados por prisioneros de guerra y extranjeros. La importancia que llegó a tener esta diferenciación entre miembros de las gentes, el sector privilegiado, y los clientes o dependientes de las gentes, queda de manifiesto en dos casos de época posterior. Una gens sabina muy poderosa, la gens Claudia, se asentó en Roma en el 504 a.C. El jefe de la gens, Attus Claussus, fue admitido a la ciudadanía romana y obtuvo tierras en la margen derecha del río Anio. Tito Livio y Dionisio de Halicarnaso nos dicen que, contando a sus clientes, el número de miembros de la gens Claudia ascendía a 5.000. La gens Fabia pudo librar una batalla contra Veyes con un ejército integrado sólo por sus clientes, tras la caída de la monarquía. Otro sabino, Apio Erdonio, en el 460 a.C., era el pater de una gens que alcanzaba las 4.000 personas, contando lógicamente a los clientes. Entre los siglos X-V, los grupos de inmigrantes a Roma llegan a menudo apiñados en gentes a las que su cohesión debía permitir vencer la tendencia a la disgregación, inevitable a partir de la tercera o cuarta generación.
Esta primera fase de la monarquía viene marcada por el proceso de unificación de los habitantes de las colinas romanas en un único organismo ciudadano. Pero este proceso de creación de la ciudad, con lo que implica de existencia de un espacio ciudadano, de una oligarquía y de unas instituciones comunes, no puede entenderse al margen de los vínculos e influencias de otros pueblos, particularmente de los etruscos y de los griegos. Roma fue desde sus orígenes una ciudad abierta a todo tipo de influencias, de objetos, de personas particulares y de grupos. La presencia y asentamiento de extranjeros en la ciudad, desde sus comienzos, queda patente si consideramos que el único de los reyes de Roma que podríamos considerar romano -y aún así, sería albano, según la tradición- es Rómulo. Todos los demás son de origen sabino o etrusco.